jueves, 26 de mayo de 2011

"Nunca...Siempre...Jamás...En la eternidad".

"-¡Llego tarde hoy!". Le grite a mi padre, tomé las llaves de mi auto, y salí corriendo con un nudo en la garganta.

Conduje por tres horas, con la mirada perdida, las manos dormidas y las piernas temblando.

Llegué al hospital y estacione el auto a tres calles de ahí. Apague el motor, y me quede sentada en la inmensidad de la noche. Había salido tan a prisa, que no note el frío que hacía y que no tenia ni un suéter para cubrirme. Ahí me veía yo, en ropa de dormir y botas para lluvia, en medio de una noche fría y ensordecedora. "-¡Melancolía!", pensé. La manera perfecta de describir como se siente la melancolía, seria esta. Pero quien iba a escucharme a estas alturas. El hijo del amor de mi vida me llamó, para pedirme que fuera a ver a su padre que agonizaba en el hospital, y me espera junto con su madre. Una mujer de carácter fuerte, decidida, maternal y una perfecta esposa. Fue mi profesora en la universidad y fue quien que me recomendó para trabajar en la empresa de su esposo. A esa increíble mujer le debía mi corta y exitosa carrera.
Por un momento pensé encender el auto e irme lejos. Pero no podía hacer eso. ¿Como abandonar al hombre que me había brindado su amor, tiempo, cariño y ternura?. Comencé a llorar. Supe desde siempre que esto pasaría  pero nunca estuve dispuesta a prepararme para ello. "-La edad si importa", Recordé que dijo una vez, cuando llevamos a campar a los hijos de mi hermana y él, mientras subíamos una pequeña cuesta tuvo que sentarse a recuperar el aliento.

Después de media hora de lamentos, seque mis lágrimas, tome las llaves, mi bolso, abrí la puerta y baje del auto. Caminé con paso decidido hacia el hospital, y entre en la sala de espera.

"-¡Danielle!". Exclamó Augusto, levantándose de golpe del sillón y caminando a prisa asía mi. Rodeo mi cuello con sus manos y beso mi frente con la ternura de siempre. Levante la mirada y vi su rostro, con sus negros y penetrantes ojos, pestañas cortas, cejas pobladas, labios delgados y tez clara. Hinchado y pálido de tanto llorar, "-Mi madre esta en su habitación... Preciosa, en cerio que no se que decirte, yo soy su hijo y me siento fatal. Y tu...".
Y aunque pretendía hacerme la fuerte con mi prometido, me acurruque en su pecho y comencé a llorar como una niña. Él me abrazo tiernamente. Perdí la fuerza de mis piernas, me levanto y recostó en uno de los sillones. Me quede dormida, lo que yo sentí fueron horas, en realidad fueron minutos.

"-¿Danielle?". Abrí los ojos, deseando estar en otro lugar y que todo hubiera sido un mal sueño, y vi a una mujer con cabello entrecano, ojos verdes, pestañas largas, nariz pequeña, tez blanca y labios delgados. Sin duda alguna era Marcela, la esposa de Samuel y mi maestra de la universidad.

Me puse de pié con torpeza, y la mire a los ojos. Ella aunque notable era su tristeza y su decepción, sonrío con su frescura intelectual y de adolescente que la distinguía de entre los demás profesores. "-Una mujer bella". Decíamos siempre que hablábamos de ella.

"-Ya puedes pasar. Tu sola primero."
Asentí con la cabeza y sin decir nada la seguí hasta la habitación.

Entre en la habitación, estaba fría, y se sentía vacía. Él, yacía en la cama. Su rostro se iluminó cuando me vio; yo en cambió palidecí cuando lo vi.
Se veía envejecido.
La tristeza me embargo, pero sonreí. Me acerque a el tome su mano, me incliné y bese su mejilla.
Me acerque para susurrarle al oído. "-Te amo." le dije.
Y bese sus labios.
Él, se veía avergonzado.
Y tardo unos minutos en decir algo:

"-Lo siento Danielle... De verdad lo siento... Yo te amo infinitamente, pero... el ciclo de la vida... Soy un hombre viejo...  Y la vida ya vino a cobrarme mi niña... Pero te amo, y cuando le cuentes a mis nietos de mí, cuéntales lo mucho que te amé".

Sonreí con melancolía, sintiendo las lágrimas en pecho, que resbalaban lentamente de mi rostro.

"-Aunque seas Atea, les daré mi bendición a mi hijo y a ti... Quiero que seas feliz, y se que lo amas como el a ti amor".
"-¿Cuando se los dijiste?".
"-Augusto lo supo siempre, y Marcela lo supo esta tarde cuando le pedí que te llamara..."
Creo que vio mi cara de vergüenza porque agrego. "-Tranquila, ella no te juzga..."
Me recosté a un lado de el, deseando que ese momento jamas terminara. Me abrazo y cerré los ojos, almacenando cada detalle, su olor, la sensación de su piel, su calor, los latidos de su corazón, su respiración. Para guardarlo eternamente en mi memoria.

Debí quedarme dormida pues lo siguiente que recuerdo es que en medio de una oscura niebla entro una enfermera apurada, el sonido largo y agudo de un aparato taladraba mis oídos, la habitación se saturo de personas en bata blanca diciendo códigos, gritando órdenes y haciendo ruido con utensilios; en medio de mi confusión vi un rostro conocido que caminaba a prisa, abriéndose paso entre la multitud. Un zumbido comenzó a taladrar mis oídos, seguido de una fuerte presión en mi cabeza, mis piernas perdieron fuerza, no sentía mis manos.
 Mi amor quiero decirte 
tres cosas nunca debes olvidar
Siempre te amare.
Jamás te traicionare.
Y estaré contigo en la eternidad.
Siempre tulla, Danielle.


Flor de liz

Flor de liz